Enrique Sánchez Pedrote

Enrique Sánchez Pedrote.  Nació don Enrique –así le llamábamos siempre sus alumnos- en Sanlúcar de Barrameda en 1913. En la villa ducal cursó el Bachillerato y sus primeros estudios musicales bajo la dirección de su padre, Abelardo Sánchez, organista, compositor y director orquestal de solidísima formación que fue amigo personal de Joaquín Turina. Completó estos estudios más tarde en Cádiz con el padre José Gálvez, amigo de don Manuel de Falla y director de la Academia de Música Santa Cecilia. Tras cursar la carrera de Magisterio en Cádiz, realizó los estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Hispalense, licenciándose en la especialidad de Historia. Y, pocos años después, con un interesantísimo trabajo de investigación sobre Los prelados virreyes en Indias: el arzobispo virrey don Antonio Caballero y Góngora, se doctoró en la Universidad Central de Madrid.

Supo desplegar admirablemente don Enrique Sánchez Pedrote su triple condición de sevillano adoptivo militante, americanista y musicólogo. Pruebas de ello son las siguientes publicaciones que seleccionamos como muestras: Música norteamericana(1950), La obra musical de Heitor Villalobos (1953), Consideraciones sobre la Música en Hispanoamérica (1954),  Sevilla y Veracruz unidas por una misma tradición (1954), El sentido de la Música en los Estados Unidos (1955) o Huellas vocales en la música vocal en Hispanoamérica (1974) -este último fue el tema de su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla-, Bécquer y la Música: La Música en la época de Bécquer (1971), Música Práctica de Bartolomé Ramos de Pareja (1977), Dos centenarios: Bach y Händel, 1685-1985 (1985), y dos obras importantísimas e imprescindibles para el conocimiento del pasado musical de nuestra ciudad, Apuntes para una Historia Musical de Sevilla (1983) y su ya clásica monografía Sevilla y Turina (1982).

La hondísima sensibilidad de don Enrique le adentró también en el terreno de la poesía. En 1948 apareció publicada en Gráficas Sevillanas su libro de poemas Voz sin Eco, con prólogo de Francisco Montero Galvache, quien llegaría a afirmar del autor: “Por su fina emoción y música suave; por su rico y vario mundo de motivos; por su elegante naturalidad clásica y su henchida primavera generosa, el verso de Sánchez Pedrote es justa y cabalmente eso: poesía… a Enrique Sánchez Pedrote, sencillo, afable, claro, le ha salvado la trasparencia de su paisaje y el buen sonido que las cosas y las horas tienen en el campo”.

Desplegó una dilatada y fecunda carrera docente don Enrique, con legión de alumnos –entre los que tengo el honor de encontrarme- que son testigos de su sabiduría, claridad didáctica y sencillez expositiva. Fue Catedrático de la  Universidad Laboral de Sevilla, Profesor Adjunto Numerario de Historia Universal Moderna y Contemporánea, y, más tarde, también Profesor Adjunto Numerario de Historia de la Música en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla. Y a principios de 1955, cuando se creó en la Hispalense la Cátedra “Cristóbal de Morales”, fue designado don Enrique para desempeñarla, siendo su titular hasta su muerte. Fue igualmente profesor asiduo en los cursos de verano de la Universidad de la Rábida, delegado en Sevilla del Instituto de Cultura Hispánica, corresponsal del diario “España” de Tánger, activo dinamizador de la actividad musical en el Club La Rábida y jefe de la sección de Musicología de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos del C.S.I.C. de la calle Alfonso XII,  un centro con el que mantuvo estrechísima vinculación a lo largo de toda su vida y que fue, como nos ocurrió a tantos, su segunda casa. Como conferenciante ameno y buen comunicador, fue invitado a impartir sus conocimientos históricos y musicales en numerosos centros y universidades españoles y extranjeros. Fueron centenares las conferencias que dictó a lo largo de toda  su vida. Y en reconocimiento a toda esta labor descrita, fue nombrado Académico Correspondiente de la Real Academia de San Fernando de Madrid, de la Real Academia Hispanoamericana de Cádiz y de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, ingresando en esta última como Académico de Número el 19 de noviembre de 1966 con un discurso sobre la influencia en el Nuevo Mundo de la música vocal española, siendo contestado por su buen amigo y gran  compositor Manuel Castillo.

Desde 1970 hasta 1985  Sánchez Pedrote fue crítico musical del diario ABC de Sevilla, sucediendo en este cometido a su admirado don Norberto Almandoz. A la muerte de don Enrique tomaría el relevo otro gran músico y gran docente, Ignacio Otero, hasta 1991, año en que asumió tal tarea el autor de esta semblanza, a años luz en competencia y preparación con respecto a los tres nombres citados. Fueron quince años en los que Enrique Sánchez Pedrote tuvo contacto casi semanal con el lector, conjugando en sus críticas la difícil doble misión de  valorar –siempre con indulgencia- la ejecución de los conciertos reseñados y la de divulgar y comentar las obras interpretadas. Tampoco en este campo olvidó  nunca su condición de docente.

Desde la Cátedra “Cristóbal de Morales”, desde la propia Facultad de Filosofía y Letras, desde la Escuela de Estudios Hispanoamericanos y otras instituciones públicas y privadas con las que colaboró, Sánchez Pedrote fue un eficaz impulsor y dinamizador de la vida musical sevillana en una época en la que, salvo los conciertos de Juventudes Musicales y algunas aisladas iniciativas municipales o ministeriales (Festivales de España, Decenas Musicales, ciclos conmemorativos, etc.), nuestra ciudad fue un auténtico páramo musical. ¡Lo que hubiera disfrutado don Enrique hoy con la existencia del Teatro de la Maestranza y de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla!

Pero, aparte de lo descrito, hay un rasgo de la personalidad de don Enrique que  fascinó a todos los que tuvimos la suerte de merecer su amistad: su personalidad y su carácter. Su simpatía era desbordante, muy al estilo gaditano, socarrona, con fina y risueña ironía cervantina. Era ocurrente, rápido de reflejos en la conversación y  en la tertulia, en las que derrochaba una gracia muy personal llena de amistad,  comprensión, indulgencia y cariño. Amigo de sus amigos, tuve la fortuna de compartir  muchas horas de conversación (y no pocas copas de manzanilla) en Sevilla y en Sanlúcar con mi admirado don Enrique, que tanto me enseñó de Música y de otras muchas cosas de la vida. En sus últimos meses, con el cuerpo ya debilitado, seguía manteniendo esa alegría, ese optimismo y esa sonrisa a la vida que siempre caracterizó su personalidad. Falleció  el 27 de mayo de 1985. Fue una gran perdida para la Música en Sevilla, para sus hijos, para Maruja –la mujer a la que adoraba y con la que compartió su vida-  y para todos los que tuvimos el privilegio de compartir su corazón de amigo.

Texto: Ramón María Serrera
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